viernes, 10 de septiembre de 2004

El mito de la educación como salida de la pobreza

Todas las políticas educativas de los últimos años se han sistentado en un supuesto fundamental: La educación es la llave para salir de la pobreza. Sin embargo, hace un tiempo este "dogma" ha venido siendo objeto de cuestionamiento. El siguiente artículo de Alison Wolf, publicado en el diario El Mercurio del domingo 5 de septiembre, pone en entredicho el simplista modelo de "a mayor educación menor pobreza", olvidando las desigualdades estructurales que van más allá del acceso a la educación.

Todos sabemos que más educación es "algo bueno", especialmente para nuestro futuro económico. Esta es la razón por la cual varios países, en particular en Europa, tienen objetivos numéricos que impulsan sus políticas de educación: 50% de participación en la educación postsecundaria en el Reino Unido o Suecia, por ejemplo; o 80% del nivel de bachillerato en Francia. La gran idea del Canciller Schroeder para solucionar los problemas económicos de Alemania es, por supuesto, la educación, lo que incluye más estudiantes de pregrado en un sistema que está en dificultades para manejar los que ya tiene.

Los gobiernos consideran que su principal tarea es generar prosperidad económica y ven a la educación como una herramienta necesaria y fiable para lograr ese objetivo. Pero, ¿lo es?

Nos han dicho que, en una "economía del conocimiento", un país necesita cada vez más graduados y calificaciones formales para mantenerse competitivo. Pero la educación sencillamente no genera crecimiento económico de la manera como nuestros políticos (y empresarios) creen: más educación no significa un mayor crecimiento per se. Peor aún, las políticas educacionales que se basan en las creencias actuales tienen serias consecuencias negativas para las oportunidades de los jóvenes y la calidad de la educación misma.

La sobreeducación

El argumento de que la educación es importante para la economía es plausible porque, en un nivel, es obviamente correcto. Una sociedad moderna sí necesita gente educada: no sólo ingenieros, químicos y doctores, sino millones de personas que puedan escribir cartas coherentes, llenar complicados formularios, explicar pólizas de seguros e interpretar datos estadísticos entregados por las máquinas de una fábrica. Algunas de estas habilidades sólo se pueden aprender en universidades; otras se pueden (y deben) dominar en la escuela primaria y secundaria.

Como es natural, los empleadores tienden a contratar a los trabajadores más educados que estén disponibles, de modo que, a medida que aumenta la cantidad de graduados, crece la cantidad de trabajos "para graduados". Sin embargo, todos los estudios que conozco (provengan del Reino Unido, los países escandinavos o los EE.UU.) coinciden en que una gran cantidad de estos trabajos "para graduados" no exigen más de lo que exigían en la época en que los no graduados los ejercían perfectamente bien. En este sentido, varias sociedades ya se encuentran "sobreeducadas".

Pero quizás esto sea irrelevante. Tal vez los trabajadores mejor educados hagan mejor su trabajo y, en ese caso, con seguridad encontraremos una relación clara entre el nivel educacional y el crecimiento económico.

Lamentablemente no es así. Unos pocos países que se han industrializado recientemente han llevado a cabo estrategias educacionales impulsadas por el gobierno y que parecen haber tenido éxito en generar desarrollo económico. Pero para cada uno de estos casos (Corea del Sur es el ejemplo favorito) hay otro, como Hong Kong, cuyo meteórico crecimiento económico poco tuvo que ver con una política educacional de planeamiento centralizado. En lugar de ello, los padres llevaron a sus hijos a las mejores escuelas para darles una ventaja competitiva individual (algo que hacen los padres en todo el mundo) sólo después de enriquecerse ellos. Más aún, por cada Corea del Sur y cada Hong Kong encontramos también países en desarrollo en donde una educación en expansión meramente dio mayor impulso a la competencia por trabajos de escritorio en una burocracia estatal pesada y estancada. Este tipo de países permiten explicarnos por qué los estudios internacionales realizados a gran escala a menudo encuentran una relación negativa entre la educación y los índices de crecimiento.

Egipto es un ejemplo clásico. Entre 1970 y 1998, sus índices de inscripción en las escuelas primarias crecieron a más de 90%, la escolaridad secundaria subió de 32% a 75%, y la educación universitaria se duplicó. Egipto comenzó el período con el puesto 47 en la clasificación de los países más pobres del mundo. Lo terminó en el lugar 48. Pero no es sólo entre países en desarrollo donde los vínculos entre educación y crecimiento económico demuestran ser difíciles de fijar. Por cerca de un siglo, Suiza ha sido uno de los países más ricos del mundo, y no debido a sus recursos naturales. Sin embargo, tiene el menor índice de Europa Occidental en cuanto a asistencia a universidades.

Si se busca una relación entre el desempeño de los niños en los estudios internacionales de logros de aprendizaje y los índices de crecimiento de sus países hace veinte años, se buscará en vano. No existe tal relación. Por lo tanto, si bien es obvio que todo país desarrollado necesita una población educada, es una quimera la idea de que tener el más alto nivel educacional traerá consigo una mayor prosperidad. ¿Importa esto, en todo caso? No hay duda de que la educación tiene otras virtudes, además y por sobre su papel económico. De modo que tal vez deberíamos dejar de criticar y comenzar a elogiar el entusiasmo de los gobiernos por gastar en educación.

Pero esto sería no ver el oscuro reverso de nuestra espiral educacional. La creación de más trabajos "para graduados" sólo prueba que, a medida que los títulos educacionales se hacen más comunes, se vuelven también más importantes. Más aún, en el pasado, una persona que saliera del sistema educacional sin las calificaciones "adecuadas" todavía podía tener éxito, partiendo como aprendiz o ascendiendo de nivel en nivel en una tienda. Hoy esto se está volviendo imposible: estamos creando sociedades en que las cabras y las ovejas quedan marcadas de por vida desde sus años de adolescencia.

A medida que la asistencia a las universidades se convierte en algo más común, menos personas jóvenes y capaces ingresan a una formación vocacional. Sin embargo, nuestras economías todavía necesitan técnicos bien capacitados, mucho más que otro montón de graduados en artes.

¿Y la calidad?

Demasiado a menudo la rápida expansión de la educación universitaria ocurre a costa de la calidad. La educación es cara porque utiliza personas: no hay vastas economías de escala ni saltos de productividad. Los salarios relativos de los profesores han ido disminuyendo a medida que aumenta su número, lo que afecta la calidad del profesorado. La cantidad de alumnos en las clases universitarias aumenta, lo que significa que reciben una enseñanza menos eficaz. Se hace más difícil mantener una buena investigación universitaria, debido a las exigencias de otras partes del presupuesto educacional.

¿Es este realmente el mejor camino hacia una economía pujante y una sociedad civilizada, culta y abierta?

2 Comentarios:

At 10:45 p. m., Anonymous Anónimo said...

SOY MAESTRA EN MEXICO Y ME HA ENCANTADO EL CONTENDIO DE SU BLOG ESTA MUY PADRE
FELICIDADES

 
At 11:49 a. m., Anonymous Anónimo said...

esta , pagina es una de las mejores que he visto en internet,los paises en vias de desarrollo si podemos lograr avaances en la educacion si todos nos pondriamos de acuerdo...

 

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